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Fragmento extraído del libro El Loco del periodista político Juan Luis González, 2023.

Por Juan Luis González

“La misión”

Cuando le dijo que sí a Espert y cortó el teléfono, Javier Milei tenía cincuenta años. Era el final del pandémico 2020, y lo que acababa de suceder, luego de un largo tiempo de dudas y de idas y vueltas, era absolutamente inesperado.

No había nada en su biografía que pudiera haber previsto el paso que había dado. Él jamás había tenido ningún tipo de militancia. A tono con el clima del Copello y de la Universidad de Belgrano, donde se recibió de economista, no había participado en política ni en sus años de estudiante secundario ni universitario, una tradición que tampoco rompió en su etapa como profesional. Tampoco se había rodeado de amistades o relaciones con vocación de gestión pública o de un activismo declarado. Nunca había sido parte de una volanteada, de una actividad por los barrios, de un conteo de votos, de un cierre de listas, y recién en su faceta como figura mediática había empezado a aparecer esporádicamente en algunas marchas, pero con fines más de marketing que de compromiso social.

De hecho, si alguna relación había desarrollado con la política había sido el rechazo, que se transformó después en el centro de su discurso incendiario. Toda su vida apuntaba en un sentido contrario a esa carrera. Por eso haberle confirmado a Espert que se iba a sumar a su frente electoral era algo totalmente fuera de registro.

Para cuando Milei decidió ingresar a la política ya era una figura de relevancia mediática. Desde 2018 tenía la capacidad de llenar actos y salas de teatro con solo tirar un mensaje o una foto en sus redes, ya había fans declarados del “peluca”, que copiaban sus modos, sus palabras y sus ideas, y hasta se había hecho cierto nombre dentro de la gran familia de la nueva derecha latinoamericana. También contaba con un acercamiento lejano a los pasillos del Estado, o al mundo de “la casta”, como la llama él: en 1994 fue asesor del genocida y corrupto Antonio Bussi, cuando este se convirtió en diputado, época en la cual lo ayudó a redactar un proyecto de ley sobre la producción de azúcar y otro sobre la del limón.

Es decir que él conocía lo que lo esperaba del otro lado del mostrador, y podría haber dado el salto antes. De hecho, los liberales que armaron la candidatura de Espert lo habían tanteado primero a él para ocupar ese lugar en 2019, y hasta le habían prometido una cuantiosa suma de dinero si accedía. En ese momento declinó la oferta, pero tan solo un año después estaba aceptando ser la cabeza de una boleta en la Capital del país y de un partido que apenas estaba naciendo. El giro era abrupto e inesperado.

Entonces, ¿qué es lo que provocó que Milei diera un vuelco de 180 grados a su propia biografía? ¿Qué lo convenció de pasar de gritar e insultar a toda la clase dirigente a querer ser parte de ella? ¿Por qué hizo ese cambio radical, que terminaría a su vez modificando aspectos centrales de su propia personalidad? Es una pregunta que se hacen muy seguido los pocos amigos que tenía el libertario y que, transformación mediante, ya dejaron de verlo y de hablar con él.

Son dudas claves en esta historia. De la misma manera en que es imposible entender el fenómeno político sin entender antes el fenómeno mediático, desarmar la arquitectura de la sorpresiva decisión del libertario es imprescindible a la hora de abordar lo que luego sería La Libertad Avanza. ¿Qué pasó por la cabeza de Milei en esos momentos?

* * *

Como cualquier cambio importante en la vida de una persona, es difícil hallar una explicación única. Milei, de hecho, tiene dos. La primera es hija de un análisis suyo. Dice que en algún tramo de ese 2020, mientras seguía los canales y los medios, comprendió que había una “censura” ocurriendo contra los liberales como él, y que su posibilidad de dar la “batalla cultural” contra el “socialismo” y contra la “corporación política” estaba encontrando un límite por esta vil campaña. Era un argumento extraño. Milei, una figura que surgió al calor del rating y de los clics, era la prueba viviente de que ese veto no existía. De hecho, este razonamiento él lo contaba desde los estudios de televisión.

La otra razón oficial sobre por qué dio el salto nació de una cena con el secretario general del sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos, Marcelo Peretta, un hombre alineado con Patricia Bullrich y que luego sería el nexo entre ambos dirigentes. A él lo conocía de los sets y tenía una particularidad: su esposa, a la que tiene tatuada en el brazo izquierdo, tenía buen trato con Karina. Más de una vez le había comprado las tortas de cumpleaños que ella hacía (Sol Sweet, se llamaba su pastelería) y que eran una de sus fuentes de ingresos hasta el redituable salto de su hermano.

La comida entre los cuatro sucedió a mitad del 2020, en lo que fue una violación a las restricciones que imponía la cuarentena. Peretta, de hecho, tuvo que charlar un largo rato con el encargado de seguridad del coqueto edificio en el que vive, para que dejara pasar a los invitados sin hacer una denuncia ni llamar la atención. Eran días en los que el miedo ante el virus estaba en un pico máximo. El sindicalista logró convencer al trabajador, mientras que sabía que para los otros comensales el factor sanitario no sería un problema. Milei estaba entre los que minimizaban el impacto del Covid-19, y de hecho se negó a vacunarse hasta el final del 2021, cuando finalmente terminaría cediendo solo para poder “viajar y facturar” por las charlas que daba en el exterior.

La cena transcurrió de la misma forma en que suelen suceder todos los encuentros privados con el libertario. Más allá de los formalismos y los protocolos, con él nunca hay un diálogo real ni una conversación de ida y vuelta, sino que suelen ser monólogos y exposiciones ante la audiencia de turno. Los tópicos suelen girar, casi con exclusividad, entre su amor por los perros y por el fallecido Conan —aunque se cuida en no aclarar la verdad—, por la economía y la historia del liberalismo, y ahora también por la política y sus vericuetos. Aunque los años pasaron, sigue siendo “el loco” del Copello, el niño que no es capaz de establecer un vínculo con los que lo rodean más allá de los momentos en los que aparece como el centro de la escena.

A Peretta y su esposa les tocó la charla económica. Milei descubrió que el sindicalista tenía un proyector en la pared frente a la mesa, que se conectaba a los celulares. Se pasó la comida poniendo videos de clases y discursos de liberales de todos los tiempos. Pero para la hora de los postres apareció el hijo pequeño de Peretta, fan de Milei. Traía un regalo: todas las boletas de las elecciones 2019, que puso entre los platos. Era una puesta en escena, que incluía el remate del sindicalista.

—Decime, Javier, ¿dónde están las ideas de Milei representadas acá? —lanzó Peretta, y el economista hizo lo que nunca. Se quedó en silencio.

* * *

Aunque con algunos detalles de más, estas son las dos historias que da el libertario cuando le preguntan sobre su trascendental decisión. Pero hay aristas desconocidas sin las que no se puede entender la jugada que terminaría poniendo en jaque el empate hegemónico entre el kirchnerismo y el macrismo y que haría que miles de personas por todo el país descubrieran a un nuevo líder.

Quizás la respuesta esté en la anatomía de ese instante, en desarmar los segundos en los que Milei dijo que sí, que iba a meterse en política por primera vez. Es que esa llamativa decisión es mucho menos sorprendente que el contexto.

Es que el odio a los políticos, el motor de su arquitectura discursiva, estuvo precedido en su biografía por otro, mucho más elemental, más terrorífico, más inexplicable y, sobre todo, más doloroso: la terrible relación que tuvo desde niño con sus dos padres, que con los años decantó en años de silencio entre ellos. Si hay algo cierto sobre el libertario, mucho más que su pasión por el fundador de esa ideología, Murray Rothbard, o sus sueños sobre quemar el Banco Central y luego a todo el Estado, es que Norberto y Alicia habían hecho un infierno con su vida. Es esa y no otra su verdadera marca identitaria.

Por eso lo que rodeaba a la llamada con Espert era más llamativo que el hecho en sí. Y ese alrededor no era otro que la casa de sus padres, a quienes durante casi toda su vida Milei no llamó por sus nombres, ni “papá” ni “mamá”, sino “progenitores”. Es decir, que el libertario, cuya bandera es el odio y la rabia contra “la casta”, confirmó su entrada a la política desde el hogar de las dos personas con las que más enojado estuvo a lo largo de su vida. Era la ira al cuadrado.

* * *

Había dejado su hogar en el Abasto cuando comenzó la pandemia. Desde entonces y hasta poco antes de jurar como diputado, Milei vivió en el departamento que tienen sus padres en una lujosa torre de Vicente López, con vista al río. También se solía sumar Karina, que vive en el mismo complejo pero en otro edificio.

Era un regreso a la vida familiar bastante atípico. Primero por el hecho de que él tenía 50 y ella 48, una edad en donde no se suele ver a los vástagos regresar al nido, y segundo porque Milei se había pasado la vida entera hablando pestes de ellos. Incluso lo hizo ya en su etapa como figura mediática, lo que le había generado a Norberto muchas conversaciones incómodas.

La bronca del libertario estaba más que justificada. A las golpizas rutinarias de la juventud, y a la ausencia de “Beto”, como llaman a su papá, en el hogar, se le sumó en los años siguientes una nueva forma de tortura psicológica. Cuando Milei dejó el arco de Chacarita para dedicarse de lleno al estudio de la economía, Norberto le pagó la carrera y todos sus gastos personales, pero era un apoyo bastante retorcido: su padre le hacía sentir la dependencia que tenía de él y de su bolsillo, ya agrandado porque había pasado de chofer a dueño de líneas de colectivos, a cada paso del camino.

“Siempre fue despectivo para mí y para mi carrera, siempre me dijo que era una basura, que me iba a morir de hambre, que iba a ser toda la vida un inútil, un incompetente, y me exponía a situaciones muy complicadas en la época de los exámenes para que me fuera mal”, contó el propio Milei. El último año, quizás para evitar que pudiera al fin recibirse, el padre dejó de pagarle la carrera. El futuro diputado, de manera curiosa, logró hacer frente al tramo final de sus estudios gracias a lo que cobraba de una pasantía en el Banco Central. “Es parte de la lógica perversa de él. Vos entrás porque dice que te va a respaldar y cuando estás en el medio del proceso, te lo quita. Entonces, si fracasás te dice que sos un inútil y esas cosas”.

Familia Milei, retrato familiar.

En sus primeros años como profesional la situación no mejoró. Cuando su hijo cumplió treinta años, en el 2000, Norberto le regaló el departamento del Abasto en el que vivió hasta la cuarentena. Era un lugar cómodo, de 100 metros cuadrados, en las Torres de la calle Gallo, una zona no demasiado elegante del Abasto. Pero Norberto, un hombre complicado, no se lo regaló pensando en hacer un favor, sino en todo lo contrario. La idea era hacerle sentir la presión, la dependencia que tenía de la billetera paterna, ajustar un poco más el nudo de los tormentos. “¿Ves que sos un inútil? Ni comprarte un lugar para vivir podés hacer vos”, le decía el padre al hijo. Fue una lógica que se trasladó al auto que le dio años después, un Peugot RCZ gris que todavía sigue sin poder manejar bien. “¿Ves que no servís para nada? Hasta el auto te tengo que dar”.

Padre e hijo tenían cada tanto agarradas y pasaban meses sin hablar, distancia que empezó a crecer cuando el propio libertario empezó a sospechar que la fortuna que estaba empezando a amasar su padre era más bien irregular. También temió otra cosa. En un momento le desapareció bastante plata que tenía ahorrada para comprarse una casa, y siempre pensó que se la había robado su “progenitor”.

—No quiero tener más nada que ver con él. Anda con gente turbia—, le dijo un día a uno de sus amigos de aquella época, cuando

todavía estaba muy lejos de lanzarse a la política y quería despegarse de él, no por un cálculo sino por una cuestión “ética y moral”.

Las sospechas del hijo sobre cómo Norberto pasó de ser chofer de la línea 21 a vivir en uno de los edificios más caros en una de las zonas más caras del país estaban bien encaminadas (ver capítulo “Los pacados del padre”). Entre esa desconfianza, los terribles años de la infancia, el terror psicológico durante la facultad, la extorsiva dependencia económica en su era profesional y muchos otros tormentos que quizás algún día se conocerán, la relación, que nunca fue buena, fue llegando a un límite. Y en algún momento del 2010 explotó por los aires. Milei pasaría más de ocho años sin cruzar una sola palabra ni con Norberto ni con Alicia.

Karina, que nunca cortó la relación con sus padres, estuvo intentando durante años reacercar a la familia. Fue un trabajo de hormiga que solía terminar con su hermano enojado y a los gritos contra ella. Recién a fines de 2018, cuando el economista volvía de una charla en el sur, se daría el reencuentro. La hermana llegó al aeropuerto con Norberto y Alicia, de sorpresa y sin pedir permiso. Hubo algo en ver a sus padres ya mayores (hoy él tiene 80 y ella 72) que debe haber tocado alguna fibra íntima del libertario.

A partir de aquel momento la relación empezaría a encaminarse. Para el arranque del 2020 estaban atravesando una instancia de unión familiar que jamás había sucedido antes. Por eso es que, contra todo pronóstico, mudarse juntos para la cuarentena les pareció un buen plan. Era el momento de los Milei.

* * *

El economista dice que se metió a la política para “seguir dando” la batalla cultural, y para defender ideas que no estaban presentes en la oferta electoral. Es cierto, pero, como sucede seguido en el planeta del libertario, esa es solo una parte de la verdad.

Por un lado había una especie de revancha personal, si es que se puede poner en esos términos. Decidir meterse en política para liderar una boleta en la Capital Federal desde la casa del hombre que durante toda su vida le había asegurado una y otra vez que era un “inútil”, que no servía para nada, tenía un mensaje. Como había hecho antes Mauricio con Franco Macri, Milei fue a buscar en la política la validación ante los ojos paternos que nunca había encontrado en los otros ámbitos en los que se desempeñó.

Quería demostrarle, igual que el calabrés al hombre que lo volvió loco durante años, que no era un incompetente que dependía de él para poder sobrevivir o para prosperar en la vida. Que tenía algo, una marca, para dejar en este mundo. Quizá también quería probárselo a sí mismo, y a todos los que lo rodeaban. Fue, a todas luces, una apuesta que funcionó. No solo por las miles de personas que lo votaron sino, y sobre todo, por lo que cambiaría la relación con sus padres. De pegarle, humillarlo y destratarlo a sentarse en primera fila en sus actos y presentaciones y a hablar maravillas de su hijo ante amigos y conocidos. Incluso llegaron a sugerir ideas y acercar nombres para el espacio. Milei, desde el cuarto de Norberto, dijo que sí para lograr, de una vez y para siempre, el tan ansiado respeto paterno.

Pero hay más razones atrás de la decisión del libertario. Una es mucho más material que la batalla cultural y los fantasmas de la infancia. Es el dinero. A mediados del 2020 Milei le contó a varios de sus conocidos que empezaba a estar ajustado de ingresos, como una gran parte de la población argentina en plena pandemia.

El economista tenía una importante deuda con la AFIP que arrastraba desde hacía años y que se le estaba empezando a hacer difícil de pagar. Tenía que mantener a los cinco clones de Conan, perros gigantescos que no son baratos de alimentar, y a los que, en plena pandemia, había mandado a una guardería animal que había que abonar. También estaba el acecho de los juicios por sus exabruptos, peligro que le sacó el sueño varias noches. La modelo Sol Pérez llevó la pelea mediática a Tribunales, que terminó en una mediación, y la periodista Clara Salguero estuvo a punto de hacerlo.

En esta época, además, empezó a tener algunos cortocircuitos con Aeropuertos Argentina 2000. Es que la fumata blanca entre Eurnekian y el gobierno macrista había sucedido luego de que el armenio apartara a Rafael Bielsa de la conducción de esa empresa. En su lugar puso a Martín, su sobrino. El entorno de Milei cuenta que el joven, que venía de vivir afuera de Argentina, no tenía la misma paciencia para con el economista que tenía su tío, y que fue uno de los promotores de que al libertario le congelaran el sueldo. A Milei no le sobraba el dinero, y hasta tuvo que vender una moto que se había comprado para trasladarse rápido de un estudio de televisión a otro.

Sin embargo, a toda esta película le falta un capítulo elemental. Es que fue en esta época, viviendo con sus padres, encerrado por la cuarentena y sin la contención de su histórico psicólogo, al que dejó de visitar por la pandemia, que la inestabilidad emocional de Milei llegó a su punto máximo.

En el transcurso del 2020, Dios, la filósofa liberal y el mismísimo Rothbard se iban a comunicar con él para alentarlo a dar el salto. O, como empezaba a llamarlo él, para que acepte “la misión”.

“La misión” II

“Mi gran fuente de inspiración es Conan Milei, quien me ha empujado a descubrir los límites de lo posible aventurándome a lo ‘imposible’. Y más allá también”.

Javier Milei camina con delicadeza, casi en puntas de pie, como una bailarina dando sus primeros pasos en un escenario difícil. Está en su casa en el Abasto, que desde hace un tiempo se convirtió en una zona de riesgo hasta para su propio dueño. Un paso en falso o un descuido lo pueden mandar derecho al hospital. Es eso, de hecho, lo que está a punto de pasar esta noche.

Un accidente era algo que el economista venía temiendo. Quizás sabía que era imposible de evitar, pero de cualquier manera lo había intentado. Primero mandó a demoler la pared de la cocina. Después siguió con un dormitorio y por último terminó eliminando un baño entero. Luego de que finalizaran las reformas, el departamento de 100 metros cuadrados había quedado con una cocina integrada, un cuarto, y un enorme living. Esa era, precisamente, la idea: un lugar lo más grande posible para lograr que entraran los seis clones de Conan que había mandado a hacer en Estados Unidos.

No era una tarea fácil. Cuando los perros, indistinguibles hasta a nivel genético del original, llegaron desde el país del norte eran apenas cachorros simpaticones. Él les puso el nombre de sus economistas liberales preferidos: Murray (por Rothbard), Milton (por Friedman), Robert y Lucas (por Robert Lucas), además del reemplazo de Conan. También había un sexto, que falleció al poco tiempo. Los animales clonados son más susceptibles a las enfermedades y tienen menos expectativa de vida, y en el caso de Milei también pueden llegar a tener un desenlace inesperado: sería el cachorro muerto —“el angelito”, lo llama—, junto al Conan original, quienes le abrirían el “canal de luz” que le permitiría “recibir información del UNO”, como le dice él, así, en mayúscula.

Los clones llegaron en mayo del 2018. Para el 31 de marzo del 2019, la noche del accidente, estaban cerca de cumplir un año. Ese es el momento donde los mastines ingleses, la raza preferida del libertario, alcanzan su punto máximo de crecimiento: entre 70 y 90 centímetros de altura (pueden medir hasta un metro ochenta parados en dos patas) y entre 70 y 100 kilos de peso. A nivel físico, están más cerca de ser un pequeño caballo que de los perros que se suelen ver en CABA. Si llegan a perder el control se convierten en unas verdaderas bestias, temibles e imposibles de detener.

Javier Milei junto a los clones de Conan.

El economista era el primero en ser consciente de esta delicada realidad. Tal vez, como un embarazo que termina con mellizos, no había imaginado que desde Estados Unidos iban a llegar tantos clones. De cualquier manera, lo cierto era que tenía a estos animales gigantescos metidos en un departamento de 100 metros cuadrados, en un edificio en el que vivía mucha más gente. De hecho, los vecinos empezaron a presentar quejas por los inmensos canes, que ocupaban todo el ascensor —Milei vivía en el piso 10— cuando el libertario o su paseador, un amigo productor de música, bajaban con ellos. Por todos lados parecía una situación a punto de estallar. El último manotazo del libertario, que se negaba a aceptar lo inviable que era tener a esos gigantescos perros en un departamento, fue separarlos.

Milei temía que se salieran de control o se pelearan entre ellos, y por eso dividió el living en partes iguales para cada perro. Atornilló ganchos en el piso, como las estacas que se usan para las carpas, desde donde ataba a cada uno. Así los canes se empezaron a mover solo por el largo que le permitía la correa, que iba atada hasta el gancho. En el medio había dejado un espacio libre, al que no podían llegar, para poder transitar y darles comida. Además del temor a un accidente, los mastines ingleses traían otro problema. La casa se había convertido en un inmenso chiquero, tomada por los mastines que hacían sus necesidades, tan grandes como ellos, en su lugar designado en el living.

El 31 de marzo se cumplieron sus temores. Los detalles no son del todo claros. La versión oficial fue que dos de los perros se trenzaron en una furiosa pelea —algo debe haber fallado con su sistema de ganchos— y él, jugándose la vida, se metió en el medio de la trifulca para separar. Pero a sus conocidos les contó otra cosa: que esa noche él estaba yendo por el camino del living por el que podía moverse, pero tropezó y cayó sobre uno de los animales. De cualquier manera, el resultado de ambas historias es el mismo. Uno de los mastines lo atacó y lo mordió feo.

Milei terminó en el hospital. El brazo izquierdo tenía heridas serias, y tuvieron que darle unos cuantos puntos de sutura. También ponerle un yeso. Fue una lesión que le demandó varias curaciones y regresos a la clínica para terminar de sanar. Y, dentro de todo, el economista la había sacado barata. Él ya lo sabía desde antes, pero el incidente terminó de confirmárselo. No podía llevar a nadie a su departamento, entre el peligro de los animales y la suciedad que generaban. Su hogar se empezó a convertir en una fortaleza inexpugnable, a la que nadie podía entrar. Milei tenía que inventar excusas una y otra vez para justificar por qué no podía recibir personas en su hogar. “Es que esto es Kosovo”, decía, y lo presentaba como si fuera un chiste. Pero nadie podía imaginar lo real, lo cruda, que era esa frase. La casa de Milei era Kosovo, y su psiquis también. Se estaba cocinando una tormenta perfecta.

* * *

Para el momento del accidente Conan llevaba muerto casi dos años. El 2017 había sido para él un año tortuoso, imposible, probablemente el peor de su vida.

A la par de que empezaba a hacer ruido en los medios y en la calle, lo que le demandaba un grado de exigencia profesional y de stress novedoso, le había llegado la peor noticia que podrían haberle dado: su “hijito de cuatro patas” tenía una enfermedad degenerativa y había que prepararse para el final. Hay que entender que para Milei el perro no era solo una mascota, sino que literalmente lo ponía a la par de un hijo, ese que nunca tuvo. Con Conan había pasado una decena de navidades y años nuevos, brindando solo con él con champagne, en una copa que le convidaba al animal. Así de grave era esa muerte para él.

La inminente desaparición del can lo enfrentaba, además, con su propia soledad. No tenía novia, su único amigo real era Giacomini, y en ese momento tampoco mantenía relación con sus padres. Karina y Conan eran casi toda su vida. O toda, como daba a entender en las entrevistas que daba.

Si a esta realidad se le suman los años de tormentos y golpes que sufrió en su infancia, lo que le costó siempre conectar con las personas que lo rodeaban, y la importancia total que tenía el perro en su psiquis, el resultado devastador de la muerte de Conan se puede empezar a entender mejor. Es que fue en este punto donde la estabilidad emocional de Milei, que siempre había estado contra las cuerdas, sufrió un duro golpe. Afrontar la muerte de Conan era, para él, sencillamente imposible. Es este otro capítulo central para entender lo que luego sería su aventura política: tan difícil fue este proceso que para sobrellevarlo comenzó a explorar nuevos lugares de la espiritualidad, que eventualmente lo llevarían a los diálogos con el “número uno” y a que este le encomendara “la misión”. En un sentido, fue su perro y su muerte el primer peldaño del camino que terminaría, años después, con su rostro en una boleta presidencial.

Es que ante la inminente muerte de Conan, Milei empezó a buscar soluciones fuera de los parámetros tradicionales de la ciencia. Uno fue Gustavo, un brujo al que había conocido por Twitter, que compartía la ideología anarcocapitalista aunque no era un estudioso como él. Acá hay, además, otra prueba de las consecuencias que tuvo para el economista la desaparición del perro. Es que, al principio, en los domingos a la tarde en los que el brujo iba al departamento del Abasto, Milei no terminaba de confiar en el método que traía Gustavo. Este se ofrecía ser el “intérprete” entre Conan y su dueño, y en oficiar como “protector” del animal, que ya daba signos de una avanzada enfermedad.

Pero en algún momento Milei, por convicción o resignación, dejó de resistirse y abrazó las ideas del brujo. Ahí entró en escena otra persona que cambiaría profundamente las ideas del economista. Era la licenciada Celia Liliana Melamed, muy reconocida en lo suyo, que luego sería también la mentora de Karina. Su ámbito de especialidad es la “comunicación interespecies” o, como a veces acepta traducir a regañadientes en alguna entrevista, la “telepatía con animales”.