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Fragmento extraído del libro De Orwell al cibercontrol, 2015

Por Armand Mattelart y André Vitalis

El proyecto de cobertura global del espacio

Desde finales de los años 1940, se desarrolla una economía de guerra permanente, que comprende una amplia gama de actividades industriales y científicas.

La matriz militar de las tecnologías de la información es observable primero en el nivel de los macrosistemas, en un momento en que la estrategia de disuasión nuclear se encuentra en su apogeo. Es el sistema de defensa aérea de los Estados Unidos, el SAGE (semiautomatic ground environment), inaugurado en 1955 y que constituye el origen de todos los grandes sistemas de teleinformáticos. Es ahí donde por vez primera se experimentan la automatización, el tiempo real, el acceso múltiple y la red informática.

Cada ordenador está conectado a un radar, que capta los datos de las trayectorias de los aviones. Las transmisiones de información entre ordenadores permiten entrecruzar datos de orígenes diferentes a la vez que constituir una base de datos continuo. Se trata de un proyecto de cobertura del espacio que tiene relación con el programa mayor de comunicaciones espaciales por satélite. Primero para uso militar y, a continuación, civil.

Es así que el Pentágono fue conducido a ocupar una posición determinante en la creación, en 1962, de COMSAT (Communication Satellite Corporation), a quien se le asigna la misión de lanzar y gestionar el primer sistema internacional de satélites de telecomunicaciones de uso civil, INTELSAT. Un sistema fundado, según los términos del presidente Lyndon B. Johnson, sobre la idea que “el control del espacio significa el control del mundo, un control mucho más total que cualquier otro control obtenido mediante las armas o por tropas de ocupación”.

Según un estudio de la Federación de Científicos Americanos (FAS), la víspera de la caída del muro de Berlín en 1989, el 53,5% de los satélites puestos en órbita por los Estados Unidos estaban destinados a ser utilizados por las Fuerzas Armadas y por las agencias de inteligencia.

Siempre al nivel de los grandes sistemas, el proyecto Echelon, con la red Ukusa emanada de la NSA, constituye un prototipo del sistema de escucha planetario. Lanzado en 1947, después de un acuerdo secreto firmado entre los Estados Unidos y el Reino Unido, este sistema de escucha, en el que participan Australia, Nueva Zelanda y Canadá, procedió durante la guerra fría a interceptar y analizar las comunicaciones transmitidas a larga distancia, así como las señales de los cables submarinos y de los satélites comerciales. En primer lugar, los mensajes procedentes de los países comunistas. Después de la caída del muro de Berlín, esta red global reforzada por Internet se orientará hacia el espionaje industrial, en un entorno ultracompetitivo.

Después del 11 de septiembre de 2001, este espionaje se situará en el centro de las estrategias securitarias. Esto no hace sino confirmar el lugar singular que la NSA ocupa en el entrecruzamiento de lo civil y de lo militar, de lo político y de lo económico en actividades tan clandestinas que las otras naciones de la coalición del mundo denominado libre no han sido informada jamás del proyecto Echelon. No es hasta el fin del siglo XX que el Parlamento Europeo descubrirá su existencia.

La misma opacidad caracteriza a las operaciones de cibervigilancia de envergadura mundial que el exconsultor de la CIA, Edward Snowden, sacó a la luz, en la prensa norteamericana y británica, en junio de 2013. Por ejemplo, se descubrió que desde 2007, la NSA y el FBI tienen acceso a los datos de los usuarios de los grandes servicios en línea, en el marco de un programa confidencial de datos bautizado como Prism (acrónimo de Planning Tools for Ressource, Integration, Synchronization and Managment). Se supo también que la NSA ha tenido como objeto en Europa a las instituciones de la Unión Europea, así como de numerosos países, entre ellos Alemania, Francia e Italia. En América Latina también, especialmente Brasil, Colombia, México y Venezuela.

Con la miniaturización de la electrónica, en los años 1960 y 1970, las guerras contrainsurreccionales ofrecen un campo de experimentación privilegiado para las tecnologías de la geolocalización. En ellas se ensayan todas las clases de sensores (ópticos, infrarrojos, láser, radares). Son las cámaras infrarrojas quienes ubican la guerrilla en Bolivia y los sensores sísmicos largados por los bombarderos B-52 a lo largo de la pista Ho Chi Minh sirven para rastrear los movimientos del Vietcong. El final de los conflictos del sudeste asiático, junto a la clausura de la carrera espacial, supondrá que numerosas tecnologías procedentes de la electronic warfare serán reconvertidas para ser utilizadas en el ámbito de lo civil.

Las empresas incluso utilizan argumentos de venta basados en el rendimiento en los teatros de operaciones militares. Como testimonio puede citarse una publicidad aparecida en Le Monde del 11 de junio de 1975: “La detección de ultrasonidos ya no es un secreto militar. Aprovéchese. Los ladrones entran en su casa como profesionales. Detector antirrobo por ultrasonido diseñado por la empresa Singer”.

En primer plano se sitúa el transistor que sirve para camuflar el detector antirrobo. Detrás, un buque de guerra equipado de la versión militar de este emisor de ultrasonidos. Haces (luminosos para la representación en imagen) salen de los dos aparatos, unificándolos en una misma filiación. Las tecnologías destinadas a los policías antidisturbios fabricados por la empresa Smith & Wesson no se quedan atrás: “Para desterrar la violencia del espíritu de los hombres, utilizando los medios menos violentos: armamento superior no letal y equipamiento de protección. Cuatro modelos populares”.