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Fragmento extraído del libro Cómo se escribe un periódico: El chip colonial y los diarios en América Latina, 2009

Por Miguel Ángel Bastenier

La evolución hacia los complejos multimedia de las principales empresas periodísticas es un fenómeno generalizado en el mundo entero. Muchos sostienen que los diarios que no forman parte de estos conglomerados lo van a tener mucho más difícil para subsistir que los así integrados; que un periódico de papel que no cuente con el apoyo —la sinergia está de moda decir— de otros medios de comunicación audiovisuales o electrónicos parte medio desarmado en un mundo de competencia cada vez más agresiva. De la misma forma, como trato desde otro ángulo en el capítulo VII, al periodista le interesa formarse en el dominio de todas las “escrituras” periodísticas, lo que incluye la radio, la televisión y lo digital en todas sus vertientes, porque eso le da una ventaja en el mercado sobre los que sólo se han preocupado de formarse en una de esas especialidades.

Igual que un profesional ha de saber moverse en cualquiera de los géneros, el periodista del siglo XXI deberá también saber moverse en el mundo tecnológico que le rodea. Pero al mismo tiempo que se produce ese fenómeno de conversión en multimedia de una parte de las empresas de prensa, un grave peligro acecha la calidad de ese periodismo, si no se tienen algunas cosas claras. Y en América Latina el fenómeno está adquiriendo, por lo que veremos, características preocupantes.

Es impecable que se integren —verbo bolivariano por excelencia— las redacciones, buscando la combinación multiplicadora de eficacia y conocimiento de las otras “escrituras” del periodismo en un mismo espacio material, en un contexto que permita a todos saber lo que hacen todos y trabajar para todos; pero es mucho menos satisfactorio hacer que cada periodista, simultánea o sucesivamente, se mueva entre todas esas “escrituras”; que el profesional que ha obtenido la noticia la “fabrique” de una determinada manera para el papel, para el digital, para la radio, para la televisión, etc., por la sencilla razón de que eso es formar periodistas al amparo de un nuevo taylorismo, como quien hace embutidos en cadena, o periodismo en serie. Y el nivel de ese multiperiodismo no parece que pueda ser muy alto.

Otra cosa sería si el paso de los jóvenes periodistas latinoamericanos por esas cadenas de producción se entendiera como un aprendizaje por un período limitado, tras el cual cada uno fuera a desembocar en la especialización o modalidad que mejor se adaptara a sus aficiones o habilidades. Pero permítaseme dudar de la munificencia de algunas empresas y de que una vez establecidos esos nuevos falansterios todo va a estar encaminado al perfeccionamiento y felicidad del ser humano.

No me refiero aquí, por supuesto, a que el grupo multimedia no se sirva de los recursos correspondientes para la realización de un mejor trabajo allí donde sea menester. Si la empresa tiene un periodista de televisión en el lugar en el que se ha producido el hecho noticioso, y no hay representante de las restantes “escrituras”, el reportero in situ deberá estar en condiciones de sustituir a los demás medios, y cobrar aparte por aquello que no constituya su cometido principal; pero una cosa es operar la contigencia y otra muy distinta hacer de la ocasión, sistema. Los grupos que se retrepen en lo inmediato de la economía del multiuso periodístico están aceptando a medio plazo una más que probable disminución de la calidad y condonando una segura sobrexplotación del profesional. Y, según todos los indicadores, eso es lo que está ocurriendo en no pocos establecimientos periodísticos de América Latina.

La libertad de expresión, en último término, es también una dimensión de calidad, de las condiciones de trabajo, del desenvolvimiento del periodista en los medios de comunicación. La autocensura puede llegar por muchos conductos, y uno de los más “creativos” tiene que ver con la relación entre profesional y empresa, en la que si no es posible la plena horizontalidad de la igualdad de derechos y obligaciones, sí es positivo para todos guardar un cierto equilibrio de las formas.