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Por Germán Lev

Fueron incontables los personajes femeninos en las novelas y relatos de Scott Fitzgerald que se inspiraron en Zelda Sayre, la inquieta joven que provenía de una familia rica de Alabama, Estados Unidos. Desde que la conoció, Scott se vio atrapado en la espiral ciclotímica de “la primera chica flapper de Estados Unidos”, como solía llamarla. En los dorados años veinte la pareja tuvo los momentos de mayor felicidad: eran jóvenes, eran célebres y se codeaban con todas las grandes estrellas de la época de la «Generación perdida».

Scott conoció a Zelda en 1918 en un baile del club de campo, cuando formaba parte del ejército como lugarteniente y todavía no había publicado ninguna de las novelas que lo harían inmortal. Ese mismo año La Primera Guerra terminó y Scott regresó a Nueva York con la amargura interna de nunca haber podido demostrar su valor en el campo de batalla.

La pareja se comprometió en 1919, cuando Scott tenía veintitrés y Zelda diecinueve, pero el compromiso duró más bien poco. Rompieron por las grandes diferencias que los separaban: Scott quería ser escritor, y por entonces pasaba largas jornadas sentado frente a la máquina de escribir. A Zelda la monotonía la aburría en extremo; ella quería ir a fiestas, codearse con extraños y sacarle el mayor partido a su juventud.

Poco tiempo después de la ruptura, Scott logró publicar su primera novela, A este lado del paraíso en 1920 y Zela volvió junto a él para casarse ese mismo año. El autor le había mencionado en una carta a su editor, Maxwell Perkins, que demasiadas cosas dependían del éxito de la novela, «incluyendo por supuesto a una chica».

Scott y Zelda Fitzgerald, la pareja de la Generación Perdida.

Fruto de su relación nacería su única hija, Frances Fitzgerald. El matrimonio desde entonces se la pasaría viajando por Europa. Se hospedaban constantemente en hoteles de lujo, dilapidando los adelantos que Scott recibía por sus obras, y con frecuencia eran echados por la puerta de atrás por montar fiestas que se salían de control. Las borracheras con ginebra de Scott son legendarias, así como la inhibición y los cambios de humor de Zelda.

París era una fiesta

Para 1924 el matrimonio decidió viajar a Francia como gran parte de los intelectuales estadounidense de ese momento. En su viaje turístico por Antibes en Costa Azul, Scott comenzó a escribir El gran Gatsby, su tercera novela y la que sería su gran obra maestra. Mientras el escritor se encontraba absorto en la obra, Zelda se enredó en una aventura con un joven piloto Francés llamado Edouard Jozan. A raíz de esto el matrimonio estuvo a punto de disolverse nuevamente. Mucho más tarde Jozan narraría a una biógrafa de Zelda, Nancy Milford, que todo aquello era una invención producto de la necesidad de drama de sus imaginaciones enfermas.

La novela pasó desapercibida en Estados Unidos en los años siguientes debido a la crisis financiera que se conocería más tarde como La Gran Depresión. Ahora los Fitzgerald tenían que sumar a la lista de preocupaciones un nuevo aditamento, la falta de dinero para seguir manteniendo el estatus de vida.

En El gran Gatsby el talentoso autor plasmaría todas sus obsesiones; rememoró su época de mayor felicidad —los lujuriosos años veinte—, cuando todavía era joven y tenía todo por conquistarlo. Pero posiblemente lo que más le obsesionaba a Scott, por sobre cualquier cosa mundana y divina, era Zelda. La aventura fuera del matrimonio de Zelda lo desmoronó. En su cuaderno de notas Scott escribió el desgarrador sentimiento que le generó la infidelidad de Zelda:

«En ese septiembre de 1924, sabía que había pasado algo que nunca podría ser reparado».

Ese mismo mes, después de una discusión Zelda tomaría un puñado de pastillas para dormir. Lo que le provocó una sobredosis. La pareja nunca aclaró si aquello había sido un intento de suicidio.

En El gran Gatsby se narra el ascenso y caída de Jay Gatsby, un millonario y misterioso magnate que deslumbra noche tras noche a Nueva York con sus fiestas. Montaje que hace con la única intención de recuperar al amor de juventud a la que no ve desde hace cinco años, la frívola y hermosísima Daisy Buchanan (una vez más inspirada en Zelda).

En abril de1925 en París la pareja conoció a Ernest Hemingway en una fiesta del bar Dingo y Scott se terminó haciendo muy amigo del escritor. Zelda, por su parte, no soportaba el machismo pedante de Hemingway y lo tildaba abiertamente de “hada con pelo en pecho” que era más “falso que cheque de goma”. La mala relación que existía entre ambos generó numerosos conflictos en el matrimonio de los Fitzgerald.

En ese período el futuro ganador del Nobel de Literatura de 1954 era un auténtico desconocido. Por lo que Scott hizo todo lo posible para promover la carrera de Hemingway. Le presentó a la reconocida escritora y coleccionista de arte Gertude Stein y hasta se lo recomendó a su editor.

Botes que reman contra la corriente

A principios de 1930 la esquizofrenia de Zelda era palpable, constantemente sufría recaídas y protagonizaba escándalos. La muchacha flapper había intentado sobresalir en varias disciplinas; ballet, pintura, escritura, pero, a pesar de su sensibilidad artística, con ninguna actividad logró hacer carrera. Esto fue, lo que entre otras cosas, precipitó su hundimiento.

Mientras Zelda fue yendo y viniendo de un hospital psiquiátrico a otro, Scott regresó a Hollywood para dedicarse a escribir guiones para películas. Allí conoció a William Faulkner —premio Nobel de literatura en 1949—, quien también repartía su tiempo labrando guiones.

Scott más de una vez tuvo que ayudar a Faulkner a subirse al taxi puesto que éste tenía la manía de escribir mientras bebía, y terminaba su jornada completamente borracho. Como Scott, Faulkner odiaba tener que desperdiciar su talento escribiendo para Hollywood. Pero en ese tiempo era la única actividad alimenticia a la que podía recurrir un escritor desempleado.

Zelda Fitzgerald, «la primera chica flapper de Estados Unidos».

Finalmente el 21 de diciembre de 1940 Scott falleció de un ataque al corazón mientras escuchaba por radio un partido de fútbol. Murió en el departamento que compartía con la periodista Sheilah Graham, con quien mantenía una relación amorosa. Scott nunca se divorciaría de Zelda.

Zelda jamás se recuperaría de la muerte de su marido. Su vida terminaría ocho años después, el 10 de marzo de 1948 en su habitación del asilo psiquiátrico mientras esperaba una terapia de electroshock. Un incendio que se inició en la cocina del hospital se propagó por los pisos superiores matando a nueve mujeres, entre las que se incluía Zelda.

Scott en una oportunidad le escribió una carta a Zelda donde la acusaba de lo siguiente:

“Tu problema, Zelda, es que no te has contentado con beber de la fuente de la juventud. Has seguido asomándote desde el pretil para ver tu imagen hasta que te has caído dentro y casi te ahogas”. A lo que Zelda le respondió: “No me asomaba para ver mi imagen. Intentaba sacarte del agua a ti”.

Los restos de Scott y Zelda reposan juntos en el cementerio de Saint Mary, en Rockville, Maryland. En la lápida se contempla el siguiente epitafio que pertenece a las últimas líneas de El Gran Gatsby: “Y así seguimos empujando, botes que reman contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado”.